EMPRENDER Y APRENDER. Dos caras de la misma moneda

Enviado por Miguel Bello Vazquez, el 17/12/2019 - 06:41

Somos, en buena medida, lo que hemos aprendido a ser y nos completaremos (o no) con lo que vayamos aprendiendo y/o desaprendiendo. Esta manifestación válida para todos los órdenes de la vida, cobra especial sentido cuando se trata de su aplicación en el ámbito de los negocios cualquiera que sea su naturaleza; toda vez que, emprender y aprender son como dos caras de la misma moneda.

El emprender requiere un aprendizaje continuo para acomodarnos a entornos globales y situaciones cambiantes. El aprender (consciente) exige siempre un por qué y un para qué permanentes, que se va desarrollando a lo largo de una serie de etapas, a menudo entremezcladas.

Las etapas del aprendizaje

1) El Saber no puede quedar circunscrito a conocimientos objetivos o académicos que, aun siendo esenciales para la realización de cualquier actividad profesional (o personal) han de estar proyectados a la acción. El saber por sí mismo, sólo proporciona, y no es poco, los razonamientos y la valoración conceptual de nuestras acciones como preludio de la siguiente etapa, teniendo en cuenta que “los conocimientos que no se aplican son estériles en toda actuación humana”.

2) El Saber hacer, Es un paso adelante de la fase anterior. Es disponer de la destreza o capacidad previa para aplicar los conocimientos a quehaceres determinados. Dentro de este apartado incluimos la información, la reflexión y la preparación necesarias para una adecuada toma de decisiones. Sin embargo, con más frecuencia de lo que quisiéramos, nos lanzamos al planteamiento o a la ejecución de proyectos sin el debido análisis de las amenazas, riesgos u oportunidades que comportan. Y así nos va, o puede irnos.

No podemos olvidar en este apartado la importancia de nuestro potencial intelectual y emocional que condiciona la gestión de iniciativas, la asunción y/o la superación de eventuales situaciones adversas. Por ejemplo, no todo el mundo posee la empatía, la capacidad de relación, la serenidad, o la adaptabilidad ante escenarios cambiantes que, junto con aciertos y errores se producirán durante la vida del negocio.

3) El Hacer supone pasar a la acción. La implantación de los conocimientos “a secas” tiene recorrido limitado si no tenemos en cuenta el cómo y el cuándo llevarlos a cabo. La experiencia nos dice que la calidad de nuestras acciones no está sólo en lo que hacemos, sino en cómo hacemos lo que hacemos, y en cuando hacemos lo que hacemos. Aspectos, éstos, comprendidos en lo que denominamos Inteligencia Emocional y como tales, determinados por nuestra manera de ser; es decir, por las creencias, valores, actitudes y comportamientos que nos son propios. Es evidente, que nadie deja su "personalidad” en el perchero de casa cuando sale a regentar un negocio o a reunirse con los amigos.

Pero, dentro del contexto del hacer, sabemos que hay individuos a los que les agobia la incertidumbre, que se envuelven en un bucle de van y vienen, a los que siempre les faltan datos para asegurarse de que todo les saldrá bien, que juegan la pelota en el medio del campo con pasecitos cortos y no tiran a gol por miedo al fallo, pudiendo llegar a la parálisis por el análisis. Y por lo tanto, no hacen nada. Parecen desconocer que el no decidir, ya es, en sí mismo, tomar decisión: la de no decidir.

Uno de los aspectos más claros de las empresas que triunfan es su capacidad de innovar: hacer de la creatividad algo concreto en productos, servicios, sistemas promocionales, etc. Lo que les impulsa a hacer y por consiguiente a asumir riesgos, sin frivolidades y con la cautela y prudencia aconsejables.

4) El Convivir. Es, éste, uno de los aspectos más complicados del proceso de aprendizaje que afecta tanto a las grandes organizaciones, como a las pequeñas empresas, sin pasar por alto el ámbito doméstico, aunque éste sea otro cantar.

Convivir es vivir con. Y para ello, es necesario aceptar que todos somos diferentes, que las prioridades y los valores de unos no tienen por qué coincidir con los de otros, que “las cosas no las vemos como son, sino como somos”.

La manera de ser, de la que ya hemos hablado, afecta al modo de cómo se abordan las relaciones entre los miembros de la empresa, de éstos con el entorno y especialmente, con los clientes; única razón que justifica la existencia del negocio.

Es importante recalcar que, si bien, no hay negocio sin clientes, ninguna empresa tiene clientes, que los clientes disponen de alternativas varias para atender sus deseos o apetencias de compra, por lo que, sólo serán nuestros clientes mientras sepamos “convivir con ellos” mejor que la competencia. Lo que exige una serie de aptitudes y actitudes que es necesario perfeccionar en un constante aprendizaje, conscientes de que no venden píldoras en las farmacias que sirvan para el tratamiento.

5) El SER. Por último, con el SER, escrito con mayúsculas, llegamos a la última fase del aprendizaje. Completarnos como personas mediante el desarrollo y mejora de una serie de virtudes presididas por la ética, la honradez, la atenta disponibilidad, etc., etc.

Sé que puede sonar a angelismo, pero la realidad es que no solemos arrimarnos, demasiado, a personas de moral distraída, de honradez a medias y o de disponibilidad de boquilla. Y los clientes tampoco. ¡Ah! Y nosotros tampoco, cuando somos clientes.

En suma: Saber, Saber hacer, Hacer, Convivir, y SER, son los mimbres con los que, construimos nuestra vida. De ellos dependen éxitos, alegrías, triunfos, sinsabores y fracasos. De todo hay en el camino. La empresa, como agrupación de personas ejerciendo su labor profesional, están sometidas a las mismas reglas, mismos saberes y mismas convivencias.