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28 de Noviembre de 2025

Yo, la lata

Narrado en primera persona, este artículo da voz a una lata de conservas, revelando la extraordinaria complejidad técnica y logística que esconde su aparente sencillez. Inspirado en la idea de la cooperación global, el texto recorre su ciclo de vida: desde la extracción de minerales en minas remotas y la precisión microscópica de la metalurgia y los recubrimientos, hasta innovaciones modernas como el sistema OpenVac.

Se destaca la importancia del doble cierre como hito de la ingeniería y se pone en valor la sostenibilidad del envase metálico, superior al plástico por su capacidad de ser infinitamente reciclable. Un homenaje al ingenio humano que garantiza la seguridad alimentaria mundial.
Sumario:

Soy un envase metálico para alimentación. Un bote, una simple lata de conservas, de esas que reposan en cualquier estantería del supermercado o despensa de cualquier parte del mundo. Tal vez contenga guisantes, atún, tomate triturado o melocotón en almíbar. Mi apariencia es modesta y funcional, con forma cilíndrica o rectangular, brillante o con litografía, pero siempre ligero. Puede que no presuma de un diseño vanguardista, aunque llegué a inspirar a Andy Warhol en una de sus obras más icónicas. Algunos incluso me dicen que estoy anticuado, pero en mi interior conservo siglos de ingenio humano y formo parte de un entramado industrial más complejo y asombroso de lo que imaginas.

 

A pesar de mi humilde presencia, puedo afirmar sin arrogancia, pero con asombro, que ningún ser humano en la faz de la Tierra sabe cómo fabricarme por completo. Tú crees que puedes hacer una lata, pero la realidad es que no puedes. Al menos no solo. Y eso, precisamente, es lo extraordinario de mí.

Mi cuerpo: acero, estaño y química moderna

Mi origen proviene de las entrañas de la Tierra. El hierro, uno de mis componentes esenciales, es extraído en minas a cielo abierto en lugares como Brasil, Australia o Ucrania. Allí, enormes excavadoras operadas por hombres que jamás han visto una fábrica de conservas recogen el mineral. Ese hierro debe ser transportado a las acerías en trenes, barcos y camiones, donde es fundido, aleado, laminado y convertido en chapa de acero, quizá por ingenieros en Pohang (Corea), Andernach (Alemania) o Avilés (España).

 

Pero no basta con eso. Para que mis paredes resistan la corrosión de los alimentos y se conserven durante años, debo ser revestido con estaño. El estaño, más escaso que el hierro, tal vez provenga de África Central, Indonesia o Bolivia, y llega a la acería en forma de lingotes. La operación de estañado, que da lugar a la “hojalata” moderna, es una mezcla precisa de metalurgia y química, de rodillos que laminan con tolerancias de micras y baños electrolíticos que solo un puñado de técnicos en todo el mundo saben operar con eficiencia.

 

Y no podemos olvidar el tempererizado, que es el proceso que permite dar a la hojalata la dureza deseada mediante el re-ordenamiento de la estructura cristalina de la aleación de acero. Esta operación permite que cada vez los envases sean mas delgados manteniendo las mismas prestaciones de resistencia física.

Mi apariencia: revestimiento, troquelado, embutido y soldado.

Una vez obtenida la chapa, lo mas habitual es aplicarme un revestimiento de barniz o una litografía y esto conlleva la participación de todo un sector altamente especializado ya que mi recubrimiento tiene que resistir el alimento que contengo en mi interior y también tengo que resistir los factores externos en la despensa de tu casa de la playa o en un refugio de montaña, en el desierto o en la Antártida.

 

Un defecto en el barniz interior, y el alimento que contengo reacciona con el metal. Un barniz exterior inadecuado o una mala aplicación de la litografía harán que me oxide. Para evitarlo, químicos orgánicos especializados han diseñado y mejorado durante décadas recubrimientos específicos para uso alimentario, que en ocasiones son invisibles al ojo humano, pero esenciales para garantizar que el alimento no arruine el acero ni la salud del consumidor; o que la humedad del ambiente salino en un contenedor de transporte marítimo desde Algeciras a Los Ángeles no provoque oxidaciones en el exterior del envase que estropeen mi apariencia. Estos recubrimientos están en constante cambio y adecuación a las estrictas normas legislativas que por poner un ejemplo prohíben la presencia de componentes como el BAGE, BPA, PVC, PFA… que históricamente han formado parte de la estructura química de los barnices, pero que los avances tecnológicos han permitido sustituir por otros que son mas seguros para la salud y que mantienen o mejorar las prestaciones de estos barnices.

 

Una vez que me he puesto guapo con el mejor recubrimiento posible, mi cuerpo debe tomar forma. Aquí entran en juego diversas máquinas como puede ser las prensas hidráulicas, matrices de embutición, multitroqueles…, procesos que requieren décadas de ingeniería acumulada y que se usan para la fabricación de las tapas y de los envases embutidos, que son los que no llevan soldadura y se conocen como envases de dos piezas (cuerpo y tapa).

 

En Europa, la mayoría de las latas son de tres piezas (cuerpo y dos tapas), donde incluso la soldadura longitudinal, hecha con costura eléctrica, supone una ciencia en sí misma.

 

Cada paso requiere precisión milimétrica. Un exceso de presión, y la chapa se rompe. Una intensidad de corriente inadecuada y la soldadura fugará. Un corte de hojalata poco preciso y me faltará o sobrará material para conformar el cierre. Y todo esto se realiza a una velocidad que suele superar las 800 unidades por minuto.

Mi contenido: agricultura, cocción y esterilidad

Dentro de mí hay algo valioso: la salsa de tomate de la pizza que estas preparando para tus hijos o las aceitunas con anchoas del aperitivo de los domingos. Y estos alimentos pueden ser consumidos con total seguridad ya que han sido lavados, seleccionados, cocidos y esterilizados antes de llegar a mí. Todo ese proceso tiene lugar en una línea de producción automatizada donde el llenado debe hacerse al milímetro, y luego, yo soy sometido a altas temperaturas en autoclaves que me transforman en un recipiente estéril, una cápsula del tiempo capaz de conservar su interior durante años.

 

Pero no basta con preservar. También debo resistir sin deformarme las elevadas presiones y temperaturas a las que me veo expuesto durante la esterilización. Para lograrlo, ingenieros especializados recurren a complejos programas de simulación que calculan al detalle el grosor de mis paredes, o la cantidad y profundidad de esos pequeños relieves circulares que ves en mi cuerpo (bordones). Nada en mí es decorativo: cada curva, cada línea, responde a una función precisa. 

El doble cierre: Mi seña de identidad

Mi historia no comienza con el acero ni con la maquinaria moderna, sino con una necesidad: la de conservar alimentos para los ejércitos de Napoleón Bonaparte. A comienzos del siglo XIX, en plena expansión imperial y campañas militares, el gobierno francés ofreció una recompensa a quien desarrollara un método eficaz para conservar comida sin que se echara a perder. En 1810, el confitero Nicolas Appert propuso el sellado térmico en frascos de vidrio, y poco después, el inglés Peter Durand patentó el uso de envases metálicos: así nació la primera lata. Pero aquellas primeras conservas eran rústicas y se abrían con martillo y cincel. Faltaba aún un elemento clave: el cierre mecánico moderno.

 

Ese salto llegaría en 1888, gracias al ingeniero estadounidense Max Ams, quien inventó el doble cierre, permitiendo sellar latas de forma automática, segura y hermética sin necesidad de usar plomo para las soldaduras y reduciendo espesores. Fue un hito que transformó la industria conservera y que, más de un siglo después, sigue marcando mi estructura.

 

Si hay una parte de mí que exige reverencia, esa es mi doble cierre.

 

Así que no exagero si digo con orgullo que el doble cierre que luzco es una obra de ingeniería en miniatura. En apariencia, es solo el borde donde mi cuerpo se une con la tapa, pero en realidad es un triple pliegue metálico perfectamente calibrado, donde el metal de la tapa se enrolla sobre el borde del cuerpo y este a su vez se curva sobre sí mismo, como un apretón de manos metálico que no permite la entrada de oxígeno, humedad ni bacterias. Para lograrlo, se emplean cerradoras de alta precisión, equipadas con mandriles y rulinas que, en apenas una fracción de segundo, ejecutan esta danza metálica con una exactitud milimétrica. Esta es la base del cierre clásico, fiable, robusto, universal. Pero la industria alimentaria no se detiene, y con ella, mi evolución.

 

Hoy, una nueva generación de envases como los desarrollados por Auxiliar Conservera bajo el nombre OpenVac, ha llevado el cierre más allá de la simple hermeticidad. Estos envases se sellan mediante vacío, eliminando el oxígeno residual y creando una barrera protectora que no solo garantiza una conservación segura y prolongada, sino que también permite mantener las cualidades sensoriales del alimento de forma excepcional. El cierre OpenVac representa una síntesis entre innovación tecnológica y sensibilidad culinaria: ya no se trata solo de conservar, sino de elevar el producto. Gracias a esta tecnología, el envase se convierte en un aliado de la creatividad gastronómica, capaz de proteger platos delicados, texturas complejas y composiciones que antes eran impensables en una conserva tradicional. Así, entre la fuerza de la hojalata clásica y la sutileza del vacío controlado, mi función trasciende: ya no soy solo contenedor, sino coautor de experiencias alimentarias innovadoras.

Mi tapa: ingeniería de apertura

Y qué decir de mi tapa. ¿De verdad crees que soy solo una simple lámina metálica? Nada más lejos. Aún recuerdo a tus padres y a tus abuelos lidiando con el abrelatas para abrirme. Pero gracias al ingenio humano y al avance de la tecnología, la generación Z ni siquiera sabe lo que es eso. Resulta entrañable ver a algunos abuelos intentando enseñar a los más jóvenes cómo usar ese artilugio, casi tan gracioso como verlos enfrentarse a un viejo teléfono de disco.

 

Si tienes una anilla de una tapa de fácil apertura en tus manos, entonces tienes en la mano el resultado de décadas de innovación. En la tapa, la incisión debe ser exacta para conseguir una apertura que sea ligera y equilibrada, y que además resista la presión interna del vacío sin perder integridad y siempre son el mínimo grosor de hojalata posible. Y para esto, utilizamos unas cuchillas que penetran en la hojalata con precisión de pocas micras a un velocidad de mas de 20 tapas por segundo.

 

También puedo adoptar otras formas, como la membrana de aluminio. He aquí otro ejemplo de un componente que incorporo y del que probablemente no eras consciente. La introducción de la membrana peel-off o easy peel te ha traído una gran comodidad, pero detrás de ella hay una compleja sinergia entre la industria del aluminio, la del plástico, la de los barnices… Todo ello coordinado para que una prensa, fruto del ingenio tecnológico, le dé forma y yo pueda lucirla con orgullo.

 

Y si seguimos avanzando en esta experiencia de apertura cómoda y moderna, llegamos al sistema OpenVac en la que basta con retirar una sencilla lengüeta de aluminio para acceder, sin esfuerzo, al tesoro que guardo dentro…tu cena.

 

Puede parecer un simple gesto, casi trivial, pero es la culminación de décadas de evolución tecnológica. Porque detrás de cada innovación en mi diseño, hay una intención clara: proteger lo que importa, facilitar tu vida y anticiparme a lo que viene.

 

Y si te asomas un poco más a los detalles, descubrirás que incluso los elementos menos visibles juegan un papel crucial. Porque más allá del tipo de tapa —sea de fácil apertura, con membrana peel-off, clásica o del innovador sistema OpenVac— hay un componente del que no te has percatado pero que garantiza mi hermeticidades: la goma de sellado. Esta fina línea de compuesto sellante, se aplicada en milisegundos con precisión quirúrgica en el borde exterior de la tapa y asegura la hermeticidad perfecta entre el cuerpo y la tapa. Y, al igual que con los barnices que me recubren por dentro, esta goma nace del mundo de la síntesis química, desarrollada a partir de compuestos orgánicos altamente especializados, diseñados para ser seguros, resistentes y compatibles con los alimentos.

 Mis etiquetas: tinta, papel y marketing

 A veces me visto con una etiqueta de papel; otras, con una impresión directa sobre el metal. En ambos casos, mi apariencia es el resultado del trabajo conjunto de diseñadores gráficos, fabricantes de tintas, impresores y expertos en comunicación que, en muchos casos, jamás han pisado una conservera ni han visto una lata más allá de la estantería del supermercado. Sin embargo, su labor es esencial: son ellos quienes logran que, entre decenas de opciones, tú me veas, me reconozcas… y me elijas.

Mi papel en el medio ambiente: vida eterna sostenible

No puedo terminar este relato sin hablar de mi otra gran virtud: la circularidad. A diferencia de otros envases, como el plástico multicapa o el cartón plastificado tipo Tetra Pak, mi estructura metálica es infinitamente reciclable sin pérdida de propiedades. Cada vez que soy recuperado, puedo renacer como una bicicleta, una viga o incluso como otra lata. No necesito aditivos complejos ni procesos de separación imposibles: con la ayuda de un simple imán, puedo ser separado del resto de los residuos y entrar de nuevo en el ciclo industrial. Esto no es una aspiración futura; es una realidad probada. En Europa, más del 80 % de los envases metálicos ya se reciclan eficazmente. Frente a otros materiales de un solo uso, yo represento una solución sostenible, robusta y coherente con los objetivos de descarbonización y economía circular. Ser metálico no solo me hace fuerte: me hace eco-responsable.

La lección: una danza humana invisible

Millones de personas han contribuido a mi existencia, sin conocerse entre sí. El minero que extrajo el mineral en Itabira - Brasil jamás hablará con el químico que formuló el barniz en Nantes - Francia-. El técnico que afinó las matrices de troquelado en Denver -Estados Unidos- jamás cruzará caminos con el trabajador que llenó mis entrañas de sardinas en Agadir - Marruecos-. Y aun así, aquí estoy, entero, útil, seguro.

 

No soy obra del gobierno ni del genio individual. Soy el resultado de la cooperación humana libre y descentralizada. De mercados, innovación, prueba y error. De la especialización.

 

Estoy convencido de que, a partir de ahora, cuando me veas en el supermercado, no me verás como un envase anticuado, sino como una joya surgida del ingenio humano que lleva siglos permitiendo mejorar la calidad de vida de la civilización en todo el mundo y que gracias al reciclaje, tengo vidas infinitas, a diferencia de otros tipos de envases.

 

Soy el envase metálico para alimentación. Y no necesito que me entiendas del todo. Solo deseo que, al sostenerme, recuerdes que incluso las cosas más simples son milagros de la civilización.

 

Artículo escrito por Enrique Soler Rodríguez  - está basado en el ensayo original Yo, el lápiz de Leonard E. Read publicado en 1958.

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